¿Aula segura o formación ciudadana?
Los desafíos que deben resolver las escuelas para transformarse en verdaderos espacios de encuentro social y convivencia para todos los niños y niñas. Las escuelas como espacios de inversión para abaratar costos y crear riqueza desde la diversidad.
Tradicionalmente se ha entendido que las escuelas son el espacio formativo y transmisor de valores para nuestros niños y niñas. Así que tocar temas contingentes, sobre política y, menos, si se trata de fomentar “el ejercicio de un ciudadanía crítica, responsable, abierta y creativa”, sobre todo en menores de 18 años, es riesgoso, porque no tienen “derecho a voto” (y seguramente, a voz). Ir más allá de esto, no correspondería a la naturaleza y al cumplimiento de las actividades propias de los colegios, donde “se va a aprender” y “no a jugar” para prepararlos para que lleguen a la universidad.
Claramente hay un desconocimiento respecto del rol que deben jugar las escuelas. En primer término, la educación es un área estratégica para el desarrollo de los países (PNUD). Por ello, el foco de la enseñanza no solo debe ser el logro de aprendizajes significativos para los estudiantes. Ellos deben ser formados en un sentido de autonomía y responsabilidad social, labor fundamental que le ocupa a la escuela para cooperar en el progreso de nuestro país.
En segundo término, la escuela tiene la profunda misión de mejorar éticamente a nuestra sociedad, formando ciudadanos críticos, responsables y honrados (Santos Guerra). El éxito de todo proyecto educativo no debe ser medido solamente porque nuestros jóvenes llegan a la universidad a estudiar muy buenas carreras. Creo que esa es una parte. Si usted piensa, han sido los profesionales exitosos, los egresados de las escuelas los que, en muchos casos, han promovido la destrucción de la raza humana en los diferentes conflictos del siglo XX. Además, muchos de ellos que han sido promovidos con notas excelentes, son nuestros gobernantes y los que no siempre han ponderado los principios de la ciudadanía para gobernar.
Hemos validado monetariamente a la educación, pero nos hemos olvidado de que ella –y lo que sucede en el aula, la labor de los docentes en la enseñanza- es una esfuerzo ciudadano y ético, las que no son susceptibles de utilidad económica (Connell). Mejor dicho, la ética es mucho más rentable. Permite abaratar costos y crear riqueza (Cortina, A.). Claro, en un clima de desconfianza general y que “cada uno se ocupa de lo suyo”, la clave para las relaciones sociales es invertir en compromiso y confianza, fortaleciendo la convivencia en un espacio que potencia lo democrático, como lo son las escuelas. Ellas son el espacio público por antonomasia. Es decir, son el lugar de encuentro, de reconocimiento con uno mismo, con los “otros/as” (“yo”/“nosotros(as)”/”ellos(as)”) y de desarrollo de pertenencia hacia la comunidad educativa, para seguir con el barrio, la ciudad, la región, el país y el mundo. Es un espacio con una fuerte carga de intersubjetividad, pero también de expresión de la diversidad y la inclusión.
Las escuelas son espacios de inclusión que pretenden el saber vivir en comunidad. Es aquí el desafío para nuestras escuelas. El aprender el reconocimiento del individuo en todas sus dimensiones y a su vez al reconocimiento mediante la vida en comunidad. Que los “excluidos” se sientan “incluidos” más allá de su edad, sexo, estirpe y condición socioeconómica. Así construiremos una sociedad cada vez más inclusiva, que apunte al mejoramiento integral de la persona humana.
Jorge Villenas Molina
Coordinador Académico Programa Formación Ciudadana
Departamento de Educación